sábado, abril 18, 2009

Botellas al mar V

Police station

K se hizo para atrás en la silla y se subió la minifalda. Tenía las piernas cruzadas y el triángulo diminuto formado por el calzón rojo dejaba salir un mechón imberbe en el bajo vientre. "Me bronceé bien, ¿verdad?", dijo mientras tapaba sus piernas. "No lo sé", musitó Q, al tiempo que suavemente le levantaba de nuevo la falda. K insistió en el fulgor de su piel tostada y movió un poco el calzón rojo hacia un costado. Ahora el mechón creaba un contraste entre la piel pálida y la cobriza: en el inicio del monte de Venus se atisbaba la intersección perfecta del vello púbico. "Muévelo un poco más", paladeó Q. Con la intensa delicadeza de dos mujeres que se enseñan sus bondades, K jaló un poco más la prenda escarlata y el ángulo inferior del triángulo se transformó en una línea eterna que ya mostraba el rocío de sus riberas. Q se quitó la blusa y lanzó la pregunta retórica: "¿Te gustan mis tetas?" ¿Te gustan las mías?, recibió como respuesta. Fue así como el triángulo de la tela roja convirtióse en un rectángulo humedecido; después, en oscuridad capilar que demandaba con urgencia un índice, un anular. Q y K se desnudaron pausadamente y cada una, en un descenso divino y armónico, fue en busca del pezón ajeno. El intercambio sutil de comisuras, de lenguas humectadas en esa semilla láctea, fue por unos segundos eternos una oda a la cadencia. Y ya con los dedos paseándose por dos vulvas inflamadas, buscaron una cama donde pudieran gozar la horizontalidad, la turgencia de sus cuerpos encendidos. Fue ahí cuando el hombre, que hasta ese momento era sólo un comedido observador, fue llamado a completar el nuevo triángulo. Dejó en la mesa el bourbon que había mantenido en la mano, repitió Roxanne en el estéreo y asistió en ayuda de dos canoas que habían iniciado su naufragio.

CAS

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