sábado, enero 03, 2009

Ignominia

La función de este tipo de notas ("Misterios y sinrazones del ser humano alimentaron a Lowry") es engrosar la estulticia de la humanidad. Es de sobra sabido la veneración a Malcolm Lowry de aquellos individuos que se sienten malditos, esto es, que se vanaglorian de grandes alcohólicos (¿quién podría enorgullecerse de ello?), que viven sus días a flor de piel o simplemente que le muestran al mundo su irreverencia porque nunca se pusieron una corbata. Lo que llama curiosamente la atención es que con normalidad se hable de la vida dipsómana de Lowry (murió ahogado en su propio vómito) y no de la grandeza de su única novela publicada en vida, Bajo el volcán (Ultramarina es un maquinazo de juventud). Ah, es cierto: se habla del Volcán porque se pretende a Lowry como un alter ego del Cónsul Geoffrey Firmin, el beodo protagonista de la novela al que matan en la cantina El farolito. Sucede, entonces, que se abandona el texto y se exaltan las virtudes etílicas de Lowry. Sin recalcar que habría que ser un soberano pendejo para pensar en esas cualidades como virtudes, hay gente que pretende inaugurar una religión lowriana, o por lo menos hacerlo santo (véase ese librín San Malcolm en las cantinas). A fuerza de ser sinceros, Lowry jamás hubiera sido mi amigo y los más probable es que, de conocerlo, hubiéramos terminado a las trompadas (pinche borracho). Pero como de tarados está lleno el mundo, dejemos que sigan publicándose notas de este tipo, sobre todo cuando se trata de periodistas con aspiraciones literarias (como casi todos) y que pueden decir que despachan en una cantina del centro de DF. Y así nada más, pues aquella persona que haya leído a conciencia el Volcán no tendrá escapatoria: odiará la novela como a los seres queridos y dejará por la paz a un tal Lowry que jamás escribió una novela llamada Bajo el volcán.


CAS

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