martes, diciembre 30, 2008

Lectores del no

En Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas habla de los escritores del No. Siguiendo la gran frase "Preferiría no hacerlo" del Bartleby de Melville, Vila-Matas documenta a su entender las razones por las que algunos escritores dejaron de escribir en momentos culminantes de su producción. Entre otros menciona a Arthur Rimbaud, Juan Rulfo y J.D. Salinger. Así como existen escritores que en algún momento abandonaron la escritura por motivos misteriosos (en el caso de Rimbaud no tanto, pues descubrió que traficar armas y esclavos le retribuiría más dinero que hacer versitos), hay otros que se distinguen por su firmeza para evitar leer ciertos textos. En una sociedad globalizada en la que lo más importante son las apariencias, los lectores del No son aquellos insignes personajes que se niegan a leer porque sí, valga el retruécano. Como sugería Camus, un hombre rebelde es aquel que puede decir "No" (claro que si mis alumnos se niegan a leer una sola línea de las lecturas sugeridas durante el semestre, no serán jóvenes rebeldes ni nada sino estudiantes reprobados. Hay niveles). Por eso el lector del No tendrá como consigna principal atacar con vigor esa patraña de los grupúsculos de la ignorancia que reza "lee todo lo que te caiga en las manos", no importa que sea un misil inteligente israelí. Los lectores del No deben abanderar como causa el escepticismo, la duda; evitar ver las cosas como cristalinas. Al abrir un libro hay que considerar por principio que éste se puede incendiar en las manos. El lector del No deberá asumir con solidez su hesitación ante el entorno y tirar a la basura el volumen regalado cuando le digan "Me dijeron que está muy bueno; yo vi la película".

El lector del No se vanagloria de otras cualidades, entre ellas que jamás leerá un libro en la playa, sobre todo cuando hay gringos. Mirad. El pueblo gringo es un pueblo lector, de basura, claro, pero lector. Un gringo se distingue en la playa no sólo por su blondez sino porque está leyendo un bestseller que tiene entre ochocientas y mil páginas (al terminarlo lo dejará en el cuarto del hotel o en el asiento del avión. Los libros para ellos son objetos de uso personal y ya. Si alguien más quiere leerlo que lo compre, que le cueste). El nombre del autor del libro está en letras doradas o plateadas tres veces más grandes que el título (todo lector del No desechará al instante asunciones como "leo todo nuevo libro de José Saramago". Un lector del No tiene, por una cuestión natural, la lista de libros de Saramago que no hay que leer, ergo, más de la mitad de sus publicaciones). Leer en la playa es como aquéllos que se vanaglorian de leer en bicicleta o parados de cabeza. La única manera de diferenciarse de un gringo es no leer en la playa, es más: ni siquiera hay que llevar libros al mar. Lo ideal en la arena es beber vodka tonics campechanos hasta no distinguir el horizonte. El lector del No no necesita que lo vean con un libro entre las manos para que digan de él: "Mira qué inteligente es: está leyendo".

La lista de literatura del No o sus circunstancias es amplísima. No haré un recuento completo porque mi tiempo es oro y no voy a trabajar fuera de la jornada laboral, pero pondré a consideración un breve compendio porque estas fechas me inspiran un enigmático e incomprensible espíritu de bonhomía. No hay que leer ningún nuevo libro de Carlos Fuentes de aquí en adelante; tampoco las ediciones de lujo que han salido por motivo de su año ochenta (mirá que de repente lo mejor es morirse joven). Tampoco hay que caer en la celada de los cronistas deportivos cuando dicen que tal o cual entrenador leyó muy bien el partido. Es una trampa: usted podrá quedarse ciego viendo la cancha y jamás encontrará dos sílabas seguidas. Jamás lea a Edgar Allan Poe en francés, mucho menos en la traducción de Baudelaire. Evite, en la medida de lo posible, abrir libros que tengan en la portada nombres sospechosos como Friedman, Huntington o Fukuyama. Si se tienen tendencias suicidas no hay que revisar ni una línea de Isidore Ducasse, el gran conde de Lautréamont (él sí murió joven). Nunca en su vida compre un libro de Raymond Carver en una traducción española; es más: no lea ninguna traducción española, mucho menos de la editorial Anagrama. Pasados sus 22 años, y salvo Muerte sin fin y Jorge Cuesta, dígale que No a los Contemporáneos. Si usted es maestro de literatura en una universidad seria (y ésta es una observación de salud mental que le ayudará a mantenerse en sus cabales), jamás lea el poema que algún alumno kamikaze deslice por la parte septentrional del escritorio al son de "Es mi último soneto, maestro. Me gustaría que lo leyera and give me notes" (Mirá que la insololencia es doble: las Notas sólo se escriben en la Del Valle para un blog mediocre). Hay que aullar un No rotundo a las flamantes novelas de García Márquez, cualquier libro de Ángeles Mastretta, Carmen Boullosa o Laura Esquivel y toda la obra de Enrique Krauze (si es que se le puede llamar "obra"). Esquive también la lectura de articulistas de periódicos como El Universal, Milenio y Crónica. Asimismo, no lea nada que empiece así: "La verdadera historia de..." (salvo la de Bernal Díaz del Castillo, naturalmente, aunque eso de verdadera es un vulgar ardid publicitario del conquistador: ¡la escribió cincuenta años después de que "ocurrieron los hechos"! Me encantan las frases tautológicas; otra muy buena es "se trata de un acontecimiento histórico" o "lapso de tiempo"). Desconfíe cuando le digan: "Ay, como tú eres escritor, pensé que lo mejor era regalarte un libro. Espero que no lo tengas [como si fueran estampitas]. Toma" (y el "toma" es la soberbia bofetada cuando uno ve el libro. A mí una vez me regalaron uno de Armando Hoyos y mi sonrisa al recibirlo se recuerda a menudo por ser la más hipócrita de la ciudad de México en el año 99). Ante esta frase ni siquiera abra el presente: tírelo tal cual a la basura o úselo en la chimenea o límpiese con él.

Un último consejo para convertirse en un gran lector del No: jamás, ni siquiera por error, aunque sean las últimas líneas en una isla desierta; aunque tenga una pistola en la sien que lo obligue, se le ocurra leer a un bergante malnacido llamado Carlos Antonio de la Sierra.

CAS

jueves, diciembre 25, 2008

Sweet december

He llegado a la conclusión de que el mejor momento para escribir es entre un plato de bacalao y uno de romeritos. La digestión es buena e, incluso, podría decir que uno tiene ideas avispadas. Es un ínterin que se disfruta cabalmente, sobre todo cuando hay unas maravillosas flores de nochebuena enfrente. También funciona como una suerte de terapia para expiar los desaguisados cotidianos. Pongo a consideración algunos aspectos de la ruta trágica de los últimos días. Estuve con S en mi casa de Cuernavaca. Todo iba muy bien; fueron tres días memorabilísimos difíciles de olvidar, en particular por lo que pasó el último: perdí mi coche, bueno, no lo perdí (cosa que ya me había pasado alguna vez en la Condesa al salir de un antro: no me acordaba dónde estaba), fue simplemente un desfase automovilístico. Di el boleto al valet, con tan mala suerte que no era él el valet sino un chamaco del que me había burlado al entrar al bar, ergo, lo hizo perdedizo. ¿Y su boleto, señor?, Se lo di a alguien allá atrás, Pero el valet es aquí, Sí, pero ya lo di, qué hago, Bueno cuál es su coche, Un Chevy azul, ¿A nombre de quién está la tarjeta de circulación?, De tal, Señor, no tenemos ningún Chevy azul en el estacionamiento, ¿Cómo que no hay ningún Chevy azul, de qué se trata esto!, ¿lo declaro robado?, y S: cómo se les pierde un Chevy azul. Fue así como desfilaron ante mi cinco coches distintos que no eran Chevys pero eran azules. ¿Es éste su coche? No, no es ése. ¡Cómo me voy a llevar un coche que no es el mío! Es que no hay ningún Chevy azul, señor. Acompáñeme al estacionamiento para que nos diga cuál es el suyo. Fuimos. Al entrar, pensando en que acusaría de robo a los valets, tuve una revelación divina que me endilgó con justicia el calificativo del idiota más grande del universo: no llevaba mi Chevy azul sino el Sentra dorado de mi madre. Lo vi en el estacionamiento y envidié a todas las avestruces de la tierra. Me negué a observar la cara del valet pero es la única vez que pude haber justificado un puñetazo en mi quijada. Mea culpa.

Esta situación guía a otra con la cual pagué el karma de ese desafortunado acontecimiento y de todos los demás en cinco vidas: algún delincuentillo clonó mi tarjeta de débito en un cajero automático y tuvo a bien vaciar mi cuenta del banco. Entonces a reportar el robo y lidiar con el ejecutivo de cuenta, oficio que, así en abstracto, aparece cada vez con mayor naturalidad en la lista de personas a las que hay que matar. No sé por qué le caí mal al pequeño individuo (era algo así como la Chiquita González pero con retraso mental) y no quiso darme mi nueva tarjeta. Tiene que ir a su sucursal a completar sus datos, Oiga, pero me dijeron que en cualquier sucursal me daban la tarjeta, Pues no sé por qué se lo dijeron (¡Mi reino por una sable para destripar a este enano!), Oiga, pero antes ya me han dado la tarjeta en una sucursal que no es la mía, Lo siento, pero no puedo hacer nada (¡Que se mueran todos los gnomos del universo!). Fui a la sucursal que pensaba que era la mía. Al llegar un nuevo ejecutivo de cuenta al que puedo quitar de la lista por su amabilidad, dijo No sé por qué no se la quisieron dar. Mire, ésta ni siquiera es su sucursal pero ahorita mismo se la doy. Shit happens.
Ahora sólo hay que esperar a que termine diciembre, me devuelvan mi dinero, no perder el automóvil (sobre todo cuando no es de uno) y pasar a comer un gran plato de romeritos.

CAS

lunes, diciembre 15, 2008

Infierno azul

Alejandro Vela tomó la pelota y la acomodó con dificultad en el manchón penal: después de 13 tiros, el pasto blanco era una dantesca zona donde el esférico no se quedaba quieto. El jugador azul caminó tres metros hacia atrás y se perfiló para darle con la pierna izquierda. Las manos en la cintura auguraban un desenlace prometedor: era la seguridad del número 19 en el dorsal (como lo hacen muchos jugadores a quienes no se les da la "10", el mediocampista celeste había escogido dos números que, sumados, dieran la cantidad divina). Enfrente estaba un portero que había coqueteado con la gloria al tocar varios balones en la serie previa. Vela miró el arco y pensó en la tenue línea que diferencia la heroicidad de la villanía. Segundos antes, el jugador contrario había errado su tiro desde los 11 pasos. Un penal que jamás debió contar: el balón reventó el travesaño y pegó como bala fulminante en el guardameta cementero que por fin había adivinado la dirección de un tiro. La pelota, trágica, no, indiferentemente y por capricho, cruzó la línea de gol. El vaticinio estaba hecho: el Cruz Azul no le ganaría al Toluca; aunque se le diera marcha atrás a la Máquina, ésta perdería por sus propios jugadores. Infierno azul. Vela, haciendo honor a su apellido, el único prohibido para el Azul en el Infierno, se enfiló hacia la portería. Trotó a paso cansino el trecho que lo separaba del balón y le pegó con la parte interna de la zurda. El universo físico se detuvo. Y fue sólo una mano la que se salió del script celeste, perdón, celestial, y su movimiento permitió el desenlace predestinado. Un final de cielo azul, apresado por llamas encolerizadas. En el área, ese olimpo que todo bienaventurado anhela, sólo quedaba una vela, una Vela que se extinguía entre fogonazos titánicos.

CAS

viernes, diciembre 12, 2008

Sufro

Perdón, había jurado no volver a hacerlo pero mi conciencia es demasiado tibia. Palabras clave (all of them) por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador:

"¿De qué quieres hablar? Yo ya sé que tú me quieres como amiga y que estás enamorado de ella y tú ya sabes que ambas cosas se me hacen insoportables. Aunque no lo creas en estas ocasiones soy una tía muy fuerte. Llevo toda la vida entrenándome en eso de ser la mejor amiga del que me gusta... Es increíble la capacidad que tengo de anular los sentimientos y jugar a amiga comprensiva con tal de tener al que amo cerquita de mí. Pero en estos últimos meses he aprendido a quererme más... ¿Sabes? A respetar lo que siento y estoy harta de rebajarme y de hacer el papel de tu confidente y de tu paño de lágrimas porque no me interesa tres narices lo que me digas de ella, sólo quiero oir:"


Jamás apareció qué quería oír. Sufro,

CAS

viernes, diciembre 05, 2008

Instrucciones para calentar a una chava con palabras

Ayer un cibernauta llegó a Del Valle notes por la siguiente pregunta: "¿Cómo calentar a una chava con palabras?". Porque es algo de lo que no tengo ni idea, tuve a bien reflexionarlo para saldar las dudas que se presenten en lo sucesivo. He aquí mis observaciones.

Por principio de cuentas es menester invitar a la susudicha a una función de teatro y gritar "Fuego" antes de que termine el segundo acto. La mujer se calentará ipso facto, no por las llamas inexistentes del proscenio sino por la consideración también ipso facto de que usted es un pelele o un espurio o un caldero..., perdón, una caldera. Si, por el contrario, nada más quiere poner las cosas a fuego lento, contrate al conocido criminal de las canchas, Marco Materazzi, para que le dé una calentadita al son de "¡Vaffanculo, putanna!", léxico, naturalmente, incendiario. Si queremos ser implacables, la única opción es conseguir un Learjet para que caiga en el lugar preferido, y no sólo se caliente sino que se temple, se dore, se tueste, se encienda, se achicharre y los miembros (en los dos sentidos de la acepción) sean expulsados como palomitas (de ésas que no vuelan).
Otra opción, igual de ominosa pero menos trágica, es llevarla a Caliente, el insigne lugar de apuestas. Ahí no se tendrá que decir nada porque se da por descontado que, sólo viendo la marquesina, se sabrá que el lugar estará caliente. Si la individua es analfabeta, pida la bebida que bebe el patrón, Jorge Hankcito Rhon, y lentamente recítele los ingredientes al oído: "El tequila que estás bebiendo es un Herradura reposado que maceró una víbora de cascabel, una cobra, un pene de toro, un pene de león y un mechón de pelos de osos grises del Cánada". Ella arderá por dentro, bailará un poco de claqué inconcebible y caerá, asadita, en sus brazos. Si de plano estamos ante una mujer fuerte que puede soportar éstas minucias, encárguese de que, por encima de todas las cosas, sea amante de los perros (usted, por supuesto, no caiga en la vulgaridad de aprovecharse diciendo "¡GUAU!", s'il vous plait)) y dígale qué hace Hankcito en su cumpleaños: "Fíjate que organiza carreras de galgos... con chimpances como jockeys". Acto seguido, saldrá fuego de sus fosas nasales y usted deberá agradecerme por haberlo librado de emparentar con un dragón disfrazado de mujer.

Existen estrategias tangenciales que bien podrían funcionar, entre otras, asumirse como Xavi Villarrutis y decirle en tono cavernoso "Mi voz quemadura" (usted podría sufragar la falta de concordancia de un poeta malo y recitarle también "Mi voz quema dura"); si ama los cómics, no hay de otra y bánquesela. Ruja: "I´m Hellboy and you're my girlfriend"; cuando es de esas mujeres autogestivas, como buena feminista, hay que acorralarla: dígale que es fantástica y oríllela a la autocalentada por convicción. Es muy probable que tarde o temprano brame: "¡Llamas a mí!". La última sugerencia de nota a pie es un tanto vulgar pero puede funcionar: llévela a un antro aburridísimo y grítele "Pero mi reina, ¡préndete!".

Pero si de detalles avezados se trata, regresaríamos al célebre díctum de Octavio Paz: "las palabras, esas putas". Comience tranquilo y recítele la frase de don Octavio sobre Jaime Torres Bodet: "Leer a Dostoievsky era esperar cada mañana el incendio del sol". Más adelante: "Tengo una llama doble que me consume y anhelaría compartirla contigo"; por último diga contundentemente: "Somos piedra de sol". Habrá que tener mucho cuidado y no exagerar la nota, pues le podría suceder lo que a Paz: en un arrebato de ardor interno, poético, por supuesto, el miserable reventó e incendió su departamento. Por eso, la enseñanza final que debería retomarse de Paz es decirle, simple y tautológicamente, "Puta". Ella arderá de coraje por la sibilina palabra y pensará de nuevo, con toda razón, que los hombres siguen siendo seres básicos, procaces y gélidos.

CAS

PD. Después de publicar lo anterior, llegó al blog un nuevo cibernauta con la siguiente pregunta: "¿Cómo le asen para calentar a una chava?". Chet.