lunes, mayo 26, 2008

Abramovich

Roman Abramovich es el Jorge Vergara ruso: desde que tiene dinero se ha dedicado a dilapidarlo a la manera de cualquier nacazo nuevo-rico (en México también se les dicen wannabes). La única diferencia entre ambos (uno dueño del Chelsea y otro de las Chivas), además de las cuentas de banco (si comparamos las riquezas, Vergara parecería un indigente de la Portales), es que el mexicano no usa calcetines (una nueva nacada) y se casa en la India (meganacada) y el ruso compra obras de arte porque le han dicho que eso aumenta los dedos de frente en el ámbito de la socialité. Recientemente Abramovich reventó el mercado de subastas de arte al comprar cuadros de Francis Bacon (mi pintor contemporáneo favorito, lo cual no me hace ser un naco, aunque sea chido) y de Lucien Freud (nieto de Sigmund y por el que gastó lo más que se ha pagado por el cuadro de un pintor vivo). Se rumora que la compra se debió a un capricho de su nueva novia de 24 años, Daría Zhukova, quien se empeño a hacerle un pequeño e imperceptible scratch en su cartera de petroeuros.

Abramovich ha entendido que el dinero no da felicidad, aunque, en sus propias palabras, dé cierta independencia (eso me recuerda el insigne dictum de un amigo millonario: "Mira, Carlos, ya me di cuenta de que el dinero no me hace feliz ... ¡me hace INMENSAMENTE FELIZ!). No obstante, ha fracasado siempre a la hora de pretender ganar la Champions con su Chelsea (equipo que juega en el suntuoso y pudiente distrito de Kensington y Chelsea en Londres). El problema de Abramovich, al que Vladimir Putin no mata con talio simplemente porque no ha exteriorizado aspiraciones políticas, es que tanto él como su equipo han seguido al pie de la letra la famosa máxima del histórico Bobby Robson: "Los primeros noventa minutos son los más importantes del partido". Fue obvio que Bobby jamás pensó en el tiempo suplementario y mucho menos en los penales. Avram Grant, reputado vampiro que en sus ratos libres hace las escenas peligrosas de los entrenadores de futbol, tampoco lo supo y eso, a la postre, le costó la cabeza transilvánica. Abramovich deberá, en lo sucesivo, hacer dos cosas para que su Chelsea gane la Champions: una, aprender inglés y dejarse de ligar a meseras de Aeroflot y, dos, entender cuanto antes una de los grandes principios futboleros: "El futbol es la esposa del soltero, pero sobre todo la amante del casado". Ah, y también seguir las enseñanzas de la gran Máquina de la Cruz Azul cuando de ganar campeonatos se trata.

CAS

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