martes, octubre 19, 2004

Tagore revisitado

Rabindranath Tagore, el poeta. Difícil será encontrar a un escritor que conjugue tan intensamente las fantasías místicas y la labia de la poesía. Galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1913, después de un cruento debate entre los integrantes de la academia sueca, Tagore (Calcuta, 1861-1941) fue también un libre pensador que pugnaba por la independencia de su amada India y la emancipación cultural de su nativa Bengala. Si bien su lucha fue por la separación política y cultural de Occidente y Oriente en dos constructos distintos en el mundo, su labor seminal fue la revalorización y reivindicación de su propia cultura ante el mundo dominante. Aun cuando vivió varios años en Inglaterra, Tagore siguió escribiendo prácticamente todos sus textos en bengalí. El inglés podía ayudarle a ser conocido en otras partes, ¡en muchos otros lados!, pero sus argumentos para no hacerlo eran, sin embargo, irrefutables: "La música de las distintas naciones tiene una fundación psicológica común; no obstante, esto no significa que no exista una música nacional. Lo mismo opino acerca de la literatura". Dicho de otro modo: sólo aquel que conozca el bengalí entenderá con plena intensidad y palmaria profundidad, todas y cada una de sus líneas, de sus palabras adoloridas.

En una conversación sostenida en 1930 con H. G. Wells, el autor de La máquina del tiempo, progresista tecnológico irredento, le reclamaba a Tagore su negativa a que existiera un lenguaje común que predominara en el mundo, de tal forma que el entendimiento entre las distintas culturas fuera más extenso. Rabidranath respondía con sapiencia y tranquilidad abrumadora: "La tendencia en las civilizaciones modernas es hacer un mundo uniforme. Calcuta, Bombay, Hong Kong, son más o menos iguales, y usan máscaras que no representan a un país en particular [...] Nuestra fisonomía individual no necesita ser la misma. Dejemos a la mente ser universal". Está de sobra comentar que en él encontramos a uno de los primeros un globalifóbicos.

Fiel a una tradición hiératica que arrastra reminiscencias de los Vedas, pasión por los Upanishads y omnipresencia del Mahabarata, la conducta de Tagore fue en todo momento consecuente con su pensamiento. En 1919 renunció al título de Sir, que le había otorgado la corona británica en 1915, en protesta por la matanza que tropas inglesas realizaron en Amritsar: aproximadamente cuatrocientos indios que protestaban contra las leyes coloniales fueron acribillados. Este proceder no dejará de causar asombro, sobre todo porque fue también la bandera de uno de sus mejores amigos, y acaso también un discípulo: Mahatma Gandhi.

Gintajali es probablemente su obra más importante, y fue -en todo caso- la que le dio entrada en las letras occidentales. En inglés fue publicada en 1921 (ocho años después del Nobel); W. B. Yeats realizó el prólogo. Ya en pleno auge tagoriano, Ezra Pound escribió que siempre será mejor citar a Tagore que reseñarlo, en clara mención de que después de leerlo no hay nada más qué decir. En América fue traducido y celebrado por Pablo Neruda y Victoria Ocampo. Albert Einstein y Romain Rolland figuraron entre sus numerosos interlocutores, y hay transcripciones célebres de sus discusiones.

Tagore revisitado. Su importancia hoy día es vital; fue de los primeros en poner en entredicho el hoy tan mentado canon occidental. Su enseñanza final entre nosotros, inexorables occidentales, será que aun ganando un Nobel se puede seguir escribiendo en bengalí.

CAS

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