jueves, noviembre 13, 2003

El factor epazote

En mi casa de Cuernavaca viven Juanito, su marido Pedro y su hija Silvia. Pedro es jardinero y una vez a la semana se encarga de jardín; Juanito, por su parte, del quehacer de la casa. Silvia estudia la preparatoria. Los tres armonizan perfectamente el ambiente familiar junto con mi mamá y una de mis hermanas. Por cierto, para evitar suspicacias de la gente inteligente, Juanito es mujer. Cuando la bautizaron, en algún lugar de la sierra de Hidalgo, sus papás le dijeron al cura en cuestión que querían que se llamara así. "Pero ése es nombre de hombre", atajó el sacerdote. Después de la subsecuente traducción a los padres que nada más hablaban náhuatl, éstos dijeron en tono molesto que se llamaría Juanito y se lo fuera poniendo así, rapidito, si no quería una rebelión indígena en su parroquia. Por eso es Juanito y no Juanita (por lo demás, con una Juanita tengo; por cierto tengo planeado ahogarla a la medianoche), como mis amigos se empeñan en llamarle. Cuando dicen "Buenos días, Juanita", ella lo toma como una ofensa y defiende su verdadero nombre: "Buenos días, señor Francisca", responde fastidiada.

Como paréntesis diré que no pasa nada si a las mujeres se les ponen nombres masculinos: ellas se han cansado de hacer a los hombres a su imagen y semejanza y ponerles nombres femeninos como si pretendieran la castidad divina, entre otros, Guadalupe o María. Algunos padres también andan con la brújula norteada (si se me permite, lector, la tautología) e insisten en llamar a sus hijas "José". Ambos pueden ser, en todo caso, el antecedente de los misteriosos she-male (cuando era niño y aprendía inglés uno de mis traumas era que nunca pude traducir al español el nombre He-man). En Caminos sin ley, la crónica de Graham Greene sobre su primera visita a México en 1938, el maestro inglés hablaba que durante su recorrido por el sórdido estado de Tabasco --recuérdese la persecución católica de Tomás Garrido Canabal y sus camisas rojas-- no dejó de escuchar acerca de un cura alcohólico que deambulaba por ahí. Cuenta Greene que este personaje solía, en estado inconveniente, bautizar a los niños; normalmente daba gato por liebre. Se sabe de una vez en que unos campesinos querían llamar a su niño Fernando y el Padrecito insistió en llamarlo "Brígida". "Pero Padre, si es un hombrecito", "¡Se llamará Brígida, señores, y no quieran enfrentar la ira del Señor!", gritó el cura bebiendo un sorbo de whisky. Sobra decir que este personaje es el origen del whisky priest de El Poder y la gloria. Un caso similar y reciente, le ocurrió a un futbolista de los Tigres. Sus padres querían llamarlo Sidney, como la capital de Australia. Cuando la secretaria que llenaba el acta les preguntó cómo se escribía eso, los padres deletrearon la palabra para que fuera escrita "Sindey". Ahora, algunos compañeros le llaman "El pecado de Dios".

Juanito, más allá de ser la dueña de la casa, pues es la que más tiempo está en ella, tiene ciertas mañas que he intentado quitarle pero no he podido. En particular hay una que me angustia un poco: tiene una extraña propensión al epazote, esto es: le causa un placer místico. La he observado cuidadosamente y su goce es similar al de un raver bebiendo una tacha. No obstante, el problema no es ése, pues propiamente sería un asunto que me tendría sin cuidado. Lo verdaderamente preocupante es que TODO lo cocina con epazote: huevos, frijoles, ensaladas, salsas y un día le puso a un arroz con leche. Vanos han sido mis esfuerzo cuando le digo que, por lo menos-por lo menos-por lo menos, no se lo ponga a los frijoles, pero siempre hace caso omiso de mi sugerencia. Un día estuve tres horas frente a la olla de los frijoles para evitar que les pusiera, pero no sé cómo me distrajo y les puso un poco. Un día mi mamá le dijo a Pedro que quitara algo de epazote del jardín (una franja de diez metros está llena de la plantita) y le contestó muy preocupado que a Juanito le gustaba mucho. Era obvio que le temía más a su esposa que a mi mamá. Por lo demás, cuando Juanito está nerviosa toma un poco de café con epazote y prepara infusiones concentradas para aromatizar el hall de la casa; las visitas dicen siempre que la casa tiene un olor "muy peculiar". Por eso creo que esa distintiva filiación con tan penetrante yerba tiene que ver con el problema de su nombre y ha decidido, acaso sin saberlo, vengarse del mundo miserable que ha tenido a mal nombrarla con nombre de hombre. A fuerza de ser sinceros, he de decir sin cortapisas que ha triunfado.

CAS


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