lunes, octubre 06, 2003

Siempre me gustó el box. El sábado pasado, por azar, vi la pelea de Guty Espadas frente al maestro Erick "El terrible" Morales. Sin esforzarse mucho, "El terrible" noqueó en el tercero con un certero volado a la oreja. Yo estaba en un antro cubano con una amiga, calentando motores para lo que vendría después: una noche de salsa de carrera larga. Por la pelea y el lugar, quise recordar un poco más a los grandes boxeadores cubanos que hicieron su carrera en México. Pensé en Mantequilla, en Ultiminio. El baile pasó, por unos instantes célebres, a segundo término; no obstante, regresó al primero cuando me acordé de que ahora Mantequilla tiene un grupo de salsa. Lo que vino después no tuvo que ver propiamente con box, aunque también se incluyeran ejecuciones cuerpo a cuerpo y cara a cara. Sin saber cómo, de repente y sin proponérmelo, me encontré chupando al lado de jugadores del Zacatepec. Mi amiga me dijo "Te acuerdas que una vez me dijiste que Mario Grana sería el hombre de mi vida, pues creo que sí". En realidad no tenía ni idea de por qué le había dicho eso y ni siquiera de habérselo dicho, pero ya estabamos ahí chupando tranquilos con ellos por los buenos oficios de mi amiga. Resulta que lo vio y dijo ahorita vengo. Lo ubicó cuando el jugador argentino salía del baño y se topó con él, pero no toparse de "cruzarse con él" sino de literalmente clavarle su nariz en el esternón. Perdón, sonrisa y ciao: no funcionó. Pero como el que persevera alcanza, de nuevo el baño, la salida y el esternón. Y ahora sí "Estamos predestinados, ¿verdad?". Y bueno, pues los tragos, eso sí, sin dejar de increparlos: "¿Cómo se revientan si mañana juegan?" "No, jugamos hoy contra las Cobras (equipo de Ciudad Juárez que creo que por allá no conocen) y ganamos 2-0". Sin en algún momento de mi vida tengo que hacer una confesión dura creo que será ahora: el Zacatepec fue mi equipo de la infancia pero dejé de irle cuando descendió la última vez a segunda división y los hinchas cortaron la porterías a machetazos (con qué más). Era ese gran equipo del Harapos Morales, Mario Hernández, Blanco, Castro, los Larios (de hecho Pablo Larios fue el último jugador de segunda división que estuvo en la selección nacional). En fin, ignoro si mi amiga logró hacer migas, llamas, camas o algo con Grana, pues mientras ella hacía su luchita, yo le cuestionaba a Jorge Jerez su mal carácter y qué pensaba de la palabra "hácesela". El Zacatepec es ahora dirigido por el turco Antonio Mohamed y están haciendo una buena campaña.

Todo esto sucedía en el lugar de salsa y yo en ese momento quería, ya fuera, bailar o acordarme de boxeadores importantes y no platicar con futbolistas argentinos de segunda división. Por suerte se fueron temprano y pasamos a la segunda fase de la farra: la borrachera, el dancing y los desaguisados. Puedo decir, sin cortapisas, que soy una persona tolerante, pero hay momentos en que mi tolerancia la canalizo de otra forma; según dice mi mamá, me transformo en un hombre ideático. Yo le llamo, más bien, salud mental. En general hay pocas cosas en la vida que no soporto: los triunfos del América, un tenedor que no esté paralelo o un martini mal preparado; sin embargo, hay situaciones que me desagradan sobremanera, pues me hacen ver la vileza del ser humano. Y es algo, por lo demás, un poco raro. Me refiero a los mingitorios. Y digo "raro" porque normalmente el olor a baño o una orina recién puesta, esto es, con espuma, los soporto sin muchos problemas; incluso una de las mayores diversiones en la vida --permitidas sólo para los hombres-- es tratar de partir el bloque de hielo que se pone en los mingitorios (a esta actividad se le conoce como romper el hielo). Empero, hay una circunstancia que, como las caricaturas, puede hacerme llorar: no soporto orinar en un mingitorio que tenga una colilla de cigarro. Ese día fui al baño, ya no aguantaba y tenía que hacerlo en algún lado ya. El único libre era uno en el que había una colilla. En realidad hubiera optado por un lavabo pero también estaban llenos, así que cerré los ojos y dije va. Me deprimí; olvidé a los boxeadores, al Zacatepec, la táctica de estenón de mi amiga y salí del tocador como alma en pena buscando la indulgencia del mejor postor. En la mesa, mi amiga bailaba con el mesero (más adelante me diría "Voy subiendo de nivel, ¿no?" La última vez había bailado con un garrotero). Mi desgracia era sólo con mi conciencia. Ya en su casa, con la minifalda subida más allá de donde debe subirse una minifalda, me dijo "¿Quieres que te haga un strip tease?" Sin contestarle, terminé mi mezcal y le dije me voy. En el coche de regreso, pensé en la posible derrota de "El Terrible" y las consecuencias al respecto. No había vuelta de hoja: me hubiera deprimido antes de tiempo.

CAS

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