viernes, octubre 31, 2003

Creo que hoy más que nunca padezco la crisis del doctorado. Recuerdo a mis amigos muertos y sus efigies magníficas. También, y hasta hoy lo percibo, las horas se mueven más lento, como esperando desencantadas a su redentor. Sísifo. Hace unos días, mientras dormía, estuve a punto de morir aplastado por una sección amarilla que se cayó de una repisa. Me salvé, pues la guía de la ciudad de México le aplana el cráneo a cualquiera. Ésa es una ventaja de dormir de lado. Además, de nuevo me doy cuenta de que necesito una señora que haga el quehacer: por más que me he esforzado, no logro que los recovecos del escusado queden limpios. Por eso, después de más de doce años, he decidido volver a componer canciones; mis guitarras siguen en buen estado y están menos empolvadas que mi casa. Supongo que eso será mejor que elaborar un modelo teórico sobre descolonización y resistencias culturales. La gota que derrama el vaso es que al rato voy al aeropuerto a conocer al hijo de Jermoc (el miserable no quiso presentárnoslo: "no le voy a enseñar a mi hijo una banda de borrachos perdidos"); le llevo un suetercito que le regala Miriam. Es multicolor. Seguramente, como el chamaco es mitad alemán y crece rápido, se lo pondrán sólo algunos meses. A Miriam le gustó mucho, dijo que estaba divino. De hecho fueron sus últimas palabras: hoy en la mañana, después de tres años, decidimos tomar caminos distintos.

CAS

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