lunes, septiembre 29, 2003

Said

Desde la muerte de Octavio Paz, no sentía tanta desolación por la muerte de alguien a quien sólo conociera por su producción artística o intelectual, como me sucedió este fin de semana con Edward Said. Defensor a capa y espada de Palestina (hay fotos de él apedreando al ejército israelí), Said fue sobre todo un especialista en los estudios culturales y autor de dos libros fundamentales para la historia del pensamiento occidental: Orientalismo y Cultura e imperialismo; hace un par de años había publicado su autobiografía, en la que al parecer (no la he leído) están los enigmas intelectuales de este hombre salido del melting pot perfecto: nació en Jerusalem, era católico y tenía pasaporte estadounidense. He de confesar que aunque discrepaba abiertamente de muchos de sus planteamientos, como ver la llamada literatura colonial inglesa estrictamente como una expresión de imperialismo, las lecturas de Said fueron importantísimas en mi desarrollo intelectual. En mi libro sobre El volcán de Lowry hay un capítulo que se llama, sin más, "Said". Desde hacía varios años yo sabía --por amigos en común-- acerca de su leucemia y de que entraba y salía de los hospitales cotidianamente. El martes pasado Hernán Lara Zavala me había dicho que Said vendría a la ciudad de México en un mes. Me emocioné como pocas veces. Ahora, como si las palabras de Hernán hubieran sido emitidas en un pasado indefinido, pienso de nuevo acerca de la vita brevis y, por supuesto, en que los deseos elementales de la vida no son perennes. Por eso, a veces, uno se cuestiona ingenuamente pertenecer a esa extraña taxonomía llamada "ser humano".

CAS

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