lunes, septiembre 15, 2003

Nunca escribí acerca de la naturaleza del blog. Siempre me pareció algo irrelevante, intrascendente, pues no pasa de ser un divertimento seudoliterario de unos pocos (por supuesto, incluido estoy). No obstante, ahora sé que puede ser un arma dañina que atente contra uno mismo; una navaja de doble filo y sin asidero que secuestre la última parte real de vida que nos ata a esta tierra y a esta Tierra. Entonces es necesario dejarse de mamadas y pensar las cosas en perspectiva, con un poco de cabeza fría, y decirlo de una vez con todas sus letras: el blog no es, como pretenden algunos pícaros neurasténicos, la nueva forma de hacer literatura ni tampoco una moderna fuente de conocimiento; acaso llegue a ser sólo un ejercicio de escritura para algunos (muy pocos, si se me permite decirlo). Y hago esta disertación por lo que pasó el sábado. Eran las cuatro de la madrugada y queríamos una última chela; compramos unas y fuimos a casa de Paty. Ahí, el Fuc --que no podía permanecer parado mucho tiempo más-- cayó fuera de sí en un sillón. Yo serví unos vasos y guardé la cervezas restantes en el refrigerador. Paty, por su parte, fue a su computadora (que dicho sea de paso está en el comedor) y se conectó a la red. Sólo hasta que pasaron varios minutos y yo chupaba solo en la sala con el cadáver del Fuc, entendí que Paty estaba en el blog, obsesionada por saber los comentarios de sus posts. Sentí abatimiento, hastío, y pensé qué estoy haciendo aquí. Terminé mi cerveza y me fui. Ella se quedó escribiendo frente a la computadora: vivir para bloguear era ahora el asunto inmediato (Nicoménicus me dijo después "A mí me hizo lo mismo la noche anterior"). Al día siguiente me acordé de Until the end of the world, la película de Wim Wenders. En ella, al final de una caótica persecución, los protagonistas recalan en el desierto australiano (el fin del mundo), donde un hombre escalofriante ha creado la máquina de los sueños; esto es: un aparato que permite proyectar en imágenes los sueños de las personas. Las imágenes son borrosas, casi sólo de siluetas; funestas. La obstinación por conocer los sueños, entonces, se potencia y la gente empieza a vivir para ello. La mitad de su vida duerme para soñar; la otra, para observar las imágenes oníricas. Un día hay una crisis de energía en la Tierra y la máquina deja de funcionar; los soñadores, al carecer de su razón para existir, buscan el suicidio. Al final lo que perdura, y es en parte la tesis de la película, es la palabra escrita, es decir, la historia de esta máquina formidable escrita por otra de mayor alcance y perdurabilidad: una Rémington decimonónica. El peligro del blog es no darse cuenta de que acaso uno es el creador de seres humanos de "Las ruinas circulares", el fotógrafo de "Las babas del diablo". De repente no sería malo regresar al papel así como los melómanos lo hacen con los acetatos. Ahora que releo a Onetti pienso que él, como muchos otros, nunca tocó una computadora; sin embargo, es alguien que puede hacerme llorar. Si alguna certeza tengo en este instante es que un blog jamás podrá hacerlo (ni siquiera los que están para llorar).

CAS

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