lunes, agosto 18, 2003

Recién me acordaba con el Fuc de la vez que nos íbamos a matar. Sucedió hace como dos años y medio en la huasteca potosina. El plan era ir a Xilitla a pasar un fin de semana. Viajábamos varios amigos en dos coches: uno lo manejaba Jermoc y el otro el Fuc. Serían las diez de la mañana y estábamos crudos. Como Jermoc suele manejar muy rápido iba adelante de nosotros; era, para abundar, una carretera llena de curvas y con el pavimento mojado. El aguanieve y la neblina, por su parte, no dejaban ver a más de diez metros. Entonces, en una curva cuyo ángulo de inclinación estaba al revés, el automóvil se patinó y nos fuimos en contra de un cerro. No íbamos muy rápido, sesenta por hora acaso. Fue una cuestión de segundos. Todos nos preguntamos si estábamos bien: sí, no había ningún herido. Sólo cuando decidí bajar del auto (estaba en el asiento del copiloto) supe que Dios existía: el precipicio se hallaba a mis pies y por una cuestión de milímetros no caímos en una fosa de unos diez metros. Esto quiere decir, usando las palabras correctas, que la escena era de Hollywood y el auto armaba un péndulo perfecto cuyo contrapeso pudo habernos lanzado al abismo. "Nadie se mueva". Logré bajar del auto y de la misma forma, poco a poco, lo hicieron los demás. El caso es que no podíamos echar el coche en reversa porque caía al vacío. La única opción era levantarlo en vilo. Sin embargo, éramos sólo cinco: la tarea sería imposible. De repente, como si la divinidad estuviera destinada para nosotros esa mañana, vimos aparecer de la nieba, como cancerberos exiliados, a un grupo de campesinos dispuestos a ayudarnos. Cargamos el coche y lo regresamos a la carretera al tiempo que uno de ellos decía "todos los días hay gente que se parte la madre en esta curva, por eso pasamos a menudo a ver si alguien necesita ayuda". El auto estaba sólo un poco desalineado pero nos llevó sin problemas el resto del viaje. Y sin embargo, hay algo de lo que hasta la fecha preferimos no hablar, pues nos causa temor, desasosiego. Las palabras de Jermoc minutos después del accidente fueron: "Hacía varios minutos que no veía su coche atrás del mío, pero pensé que era por la niebla. Fue, entonces, cuando llegamos a un pueblo de unas cuantas casas que decidí dar marcha atrás porque supe que algo había pasado. El pueblo se llamaba El Cielo".

CAS

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