lunes, julio 28, 2003

Sobre los gatos

Durante la mañana el gato de mi mamá y yo estuvimos comprobando la vieja tesis de que los de su especie caen siempre parados. Las conclusiones aparecen a continuación:

Si se le arroja de una altura media, digamos un metro, en la escala tradicional de clasificaciones de clavados recibiría un diez; un poco más arriba aterriza también de patas, pero según los maullidos emitidos existe cierto dolor. Aunque no lo haya esperimentado fehacientemente, no hay que olvidar que los gatos tienen siete vidas: el de mi amiga Kim se cayó, de patas por supuesto, desde un balcón de tres pisos mientras se paseaba por el barandal del edificio y su dueña fumaba mariguana; sólo se fracturó una extremidad.

Por otro lado, si se les ayuda a dar una media vuelta con giro a la derecha, la fuerza de gravedad ayudará a que quizás caiga en sus cuatro pero no que aguante el equilibrio en el piso. El resultado de esta última prueba es una serie de hematomas en un costado de su cuerpo. Intenté también comprobarlo cuando estaba dormido; no hubo problema: el gato colaboró muy bien, aunque siguió cayendo parado. Después se volvió a dormir. Más tarde nos pusimos de acuerdo para que lo aventara contra una pared y luego ver el resultado, pero en última instancia cambió de opinión y se negó rotundamente a cumplir lo pactado. Por último, intentamos la opción Houdini: amarrarle las patas para ver si en el aire lograba desatarse y caer bien. Estuvo a punto de lograrlo pero, cuando estaba a punto de hacerlo, cayó de hocico. Acto seguido se negó de nuevo a continuar con el estudio, pero con un poco de leche de por medio logré convencerlo de que debíamos terminar en pro de la ciencia y de la humanidad (aunque esto último, calculo, no lo entendió bien a bien).

La última parte de la investigación tuvo lugar en la alberca. Era importante saber si sólo frente a algún cuerpo sólido caía parado. El resultado de esta última indagación no fue muy afortunado. Cuando el objeto de experimentación vio el agua, le sacó las uñas al técnico encargado de llevar a cabo la secuencia, ergo, un servidor, clavándoselas arbitrariamente en el antebrazo. El técnico se ofuscó un poco y respondió, en un evidente acto reflejo, lanzando al objeto de estudio a la alberca. El felino intentó dar la vuelta en el aire para caer en el agua de patas, pero no logró hacerlo a tiempo, así que se pegó en la orilla de la piscina, quedando unos segundos inerte. El técnico le salvó la vida y concluyó el experimento, bautizando esta última contorsión como Greg Louganis performance.

En general, puede concluirse que los gatos caerán siempre de patas en cualquier circunstancia, momento o lugar. Se aconseja, en lo sucesivo, a todos aquellos enemigos de los gatos a sacar una pistola y tirarle entre los ojos a la hora de echarlo a volar. Aquí ya no habrá patas ni vidas que valgan, sólo un contundente e implacable golpe seco (si no cae en la piscina, por supuesto).

CAS

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