miércoles, julio 09, 2003

El absinth y yo

Fue en Praga (dónde más) mi primera experiencia con el absinth. En los antros sólo se veían gringas desesperadas en busca de un absinth con redbull. Y yo no había probado ninguna de las dos bebidas. Una mañana, entonces, decidí que era el momento de experimentar tan místico trago. Fui con Cacho a un kiosko a comprar una botellita de 25 ml; acto seguido le dije "bebe". Cachito, obediente, se echó un buen trago y cayó sobre la banqueta: se estaba asfixiando. La gente nos rodeó y yo les decía no hay problema, le pasa a menudo y ese pendejo retorciéndose al pie del reloj. Cuando estaba a punto de aplicarle una traqueotomía, cirugía en la que mi hermana Titi me había instruido para casos como éste, Cacho se recuperó y dijo "está bueno, pero un poco fuerte". Yo ya sólo me puse en poco en la lengua y ésta se me durmió en el acto. Poco después, con más calma, fui a una tienda especializada en la que una niña de trece años me dio una cátedra al respecto. Como la siguiente parada era Grecia, decidí llevarle a María una botella de regalo.

En Atenas, por supuesto María me dijo gracias y en voz baja a los demás "cómo me trae esta mamada". En fin, si nadie más me acompañaba, yo estaba dispuesto a acabar con la botella. El único valiente (o idiota) que me siguió fue el Fuc, pero creo que le hizo un poco mal. En un ferry la abrimos; ya todos estaban dormidos en una cubierta mojada y habíamos comprado unas fantas para por lo menos no ahogarnos. Craso error: el que se quiso ahogar, y de otra manera, fue el Fuc. Más o menos enfrente de la isla de Naxos (ésa en la que Teseo abandonó a Ariadna) el Fuc dijo "¿Escuchas, güey, escuchas?" Nada, mano. "¡Son las sirenas, las sirenas!" Para suerte de todos, y de él en particular, alcancé a agarrarlo de una pierna cuando ya había brincado por la proa, y él "las sirenas, por favor te lo suplico, déjame ir a por ellas". Ya arriba lo tranquilice y le hice un poco de terapia enseñándole la botella de Absenta; la observó cuidadosamente, como lo hiciera Atahualpa con la Biblia cuando se la enseñó el obispo Valverde, y la echó por la borda. Yo debí verme más Pizarro y arrestarlo, pero tuve clemencia; al día siguiente le recordaba el canto de las sirenas y él sólo respondía "¿el qué?"

La tercera vez ocurrió, meses después, en Barcelona. Yo había ido a visitar a mis queridos amigos Iliana Olmedo y Roberto Frías y había coincidido también con unos amigos de la infancia de Roberto, Tona e Ingrid. Un día, al regresar a su casa, después de darme una vuelta por las playas nudistas de Barcelona, los encontré extremadamente contentos, más bien a ellos; ellas, sobra decirlo, aburridísimas. Y la alegría era porque, desde luego, se habían echado unos vasos de absinth como Dios manda: azúcar derretida, agua y ajenjo. Sólo bebí un par de tragos: cuando uno es bebedor hay que saber si se puede alcanzar el nivel de la banda que empezó a chupar antes, y ellos estaban lo suficientemente borrachos como para alcanzarlos. La botella se terminó, pero con sus efectos: en lo sucesivo, Roberto quiso presentarme a todas las bartenders de los bares a los que íbamos; obviamente no conocía a ninguna, pero se valía de una contraseña que para él era implacable pero que a ellas les tenía sin cuidado: me agarraba del hombro, a ellas las hacía venir con una sutil seña y les decía "mi amigo es un gran escritor". Las bartenders me miraban de arriba abajo con lástima; luego, con desprecio. Y mientras yo trataba de sentirme eso que él había dicho, concluían con un fulminante "¿van a beber algo más?". Al día siguiente le recordábamos sus escenas y él, muy propio como en realidad es, decía "¿yo hice eso?" La gota que derramó el vaso fue cuando nos llevó a tres bares inexistentes a las cuatro de la mañana. "Les juro que aquí había un bar", se disculpaba. Uno era una farmacia, otro una panadería y el último una librería cara en donde yo había estado a mediodía. Por fortuna, según me escribe Iliana, Roberto ya está bien.

En fin, el absinth es una bebida con la que hay que tener cuidado y razones sobran para que esté prohibida. Pero como la vida es breve y la bebida abunda, seguiremos ad infinitum buscando sus vicios y saboreando sus maledicencias.

CAS


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