viernes, mayo 16, 2003

¿A dónde miramos?





Todos están muertos. El silencio se aparta de la imagen y da la sensación de finitud, de desconfianza. El maestro Villa ha dicho “Siéntese usted, mi general” y don Emiliano ha recibido la sugerencia con otra cortesía similar: “No, mi general, siéntese usted”. Acaso pensaban en la “Decena trágica” y en el mal agüero de la silla presidencial. Su error fue no intuir lugares más perniciosos y posibles como Chinameca o algún oscuro paraje entre El Canutillo y Parral.

Don Pancho sonríe, vigoroso, con la serenidad de alguien que sabe que las batallas sólo se ganan cuando el comandante va al frente de la caballería. Zapata, por su lado, luce incómodo, como preguntándose por la hora del pulque o los mezcales. Atrás está el séquito. Los miserables que se movieron no aparecen en la gráfica y jamás lo harán (están muertos y es la historia de México). Los sombreros son símbolo de virilidad y de respeto. Quien no tenga uno no es digno de fiar.

Aun cuando todos estén muertos se observan las heridas de la batalla: cansancio, vendas inmundas, caras de arrepentimiento que enmarcan la incredulidad, la duda perenne de pensar qué hacemos aquí. Atrás exactamente de la silla, un poco más o menos cargado a la derecha según nuestra perspectiva, hay un muchacho de sombrero del que apenas destaca su cabeza; se ubica con claridad porque no tiene bigote. Sobresaliente en el arte de la oratoria, este hombre estaba un día en el quiosco de una plaza dando un discurso. Al finalizarlo, un mozalbete de no más de 15 años se le acercó y le dijo:

–¿Quiere, usted, ser mi representante?

–¿Y usted quién es?

–Soy general villista –contestó, enseñándole las insignias del sombrero.

Fue así como este hombre, sin ser precisamente un avezado en el uso de las carabinas, se hizo ideólogo del generalito. Se llamaba José de la Sierra y era mi bisabuelo. De puro azar no se le ocurrió sentarse también en la condenada silla, todo ello para que yo estuviera ahora platicando de mi antepasados.

Todos están muertos y sus últimas palabras en vida se la dirigieron al fotógrafo: “¿A dónde miramos?”


Foto: Gral. Francisco Villa en la Silla Presidencial, Foto de Agustín V. Casasola, 1914.

CAS



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