martes, febrero 11, 2003

Manual del joven poeta

Don Pedro Henríquez Ureña dijo una vez: “Todos escribimos poemas hasta los veinte años, después sólo los poetas”. A excepción de Rimbaud, que fue un energúmeno poético desde los 15 y dejó de escribir a los veinte, todos entraríamos en esa clasificación. Yo me inicié en la escritura haciendo poesía, pero era pésima. Desistí a tiempo y no he vuelto a escribir un poema desde los 19 años. El problema es que hay que tener un poco de pudor y realmente quererse mucho, pues cuántos poetas no hay por ahí que se dicen serlo y ni siquiera saben escribir un soneto. Ésos no se quieren a sí mismos. Otra vez: “después sólo los poetas”.

El joven poeta debe entender que la poesía no es un asunto que pueda tomarse a la ligera; por el contrario, puede causar peligrosos incidentes. Puedo enunciar, nada más por no dejar, a algunos insignes poetas que se han suicidado: Kleist lo hizo a orillas del lago Wannsee junto con su amiga Henriette Vogel. Primero le disparó a la mujer en el corazón y luego él se dio un balazo en la boca; George Trakl, a los 27 años, se administró una sobredosis de cocaína que le provocó un paro cardiaco; Hart Crane, ese gran genio, se arrojó del buque Orizaba en el Golfo de México en 1932; y por último, Cesare Pavese se tomó 16 envases de somníferos en el Hotel Roma, al lado de la estación de trenes de Turín.

La lista podría ser interminable, pero tampoco se trata de incitar al joven poeta para que deje de escribir poemas, que pueden ser incluso bonitos; sin embargo, hay que advertir los riesgos de dicha actividad. Por eso, a continuación enunciaré un decálogo que el joven poeta puede seguir como la simple sugerencia de un buen amigo:

1) Nunca escribir las palabras “labios”, “ojos”, “luna” y “corazón” en el mismo poema.

2) Ser un poco considerados y no llevarle al mentor más de un poema a la semana. Hay que pensar en su salud.

3) No aburrir al lector con haikús propios de retrasados mentales.

4) Si se piensa que Nicolás Guillén es el mejor poeta que jamás haya existido, hay que ir pensando en abandonar la profesión.

5) Saber que Rimbaud sólo hay uno.

6) Leer a conciencia a Góngora y a Quevedo; la obra completa de Efraín Huerta puede esperar unos añitos.

7) Escribir un soneto diario; no son ganas de chingar pero hay que saber que la práctica hace al maestro.

8) Nunca prenderle fuego al poema de un amigo, no importa que sea malísimo y él no lo sepa. Se dice que es de mala suerte.

9) De preferencia no evaluar un poema con el único calificativo que conocen los argentinos: “lindo”.

10) Si alguna vez se obtiene el Premio Aguascalientes de Poesía, jamás olvidar a quien esto escribe, no vaya a ser la de malas.

CAS

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